Isidore Christin d'Arc


No fue el inicio de esta historia, pero es lo más coherente que recuerdo. Fue a mediados de Julio de 17..., me encontraba como médico del regimiento nº 5 de Línea. El regimiento acampaba cerca de los campos de Aurbón esperando a ver como marchaban las cosas con la Convención en Paris. Los parajes de Aurbón están cargados de un extraño misterio. El paisaje se conforma de verdes y oscuras lomas bajas y planicies eternamente bañadas por una espesa y fría niebla. Estas tierras pertenecían a la noble familia d’ Arc, una antigua y aristocrática familia que tuvo estrechos lazos con mi familia.

Aquella noche de julio el frío y una extraña angustia me hicieron salir a dar un paseo por los limites del campamento, el cual se encontraba inusualmente silencioso y vacío, ya que las tropas marchaban a Lyón para sofocar disidencias.

Traspasando la entrada principal hay una torre de vigilancia en la cual ondea una gran bandera tricolor. Me puse bajo ella y me puse a admirar el oscuro misterio de esa niebla nocturna cuando a lo lejos se escucho el retumbar del acelerado galope de un caballo. Me puse a esperar bajo la tricolor a que llegara ese presuroso jinete. A medida que se acercaba pude percibir a lo lejos otro apresurado galopar. Y de pronto apareció esa imagen frente a mi: en un negro corcel y rodeada de embravecidas olas de ropa una hermosa mujer. Llego presurosa y se detuvo frente a mí y así pude admirar su bellísimo pelo negro y las finas facciones de su rostro. Aun no se asentaba el polvo que levanto su caballo y menos aun se disipaba mi estupor ante tan bella jinete cuando ella me pidió por favor que la escondiera de un jinete perseguidor que la buscaba para asesinarla. Rápidamente la lleve a la carpa que servia de hospital y la escondí allí. Salí entonces a recibir al perseguidor y cual no seria mi sorpresa ante esa extraña visión. Sobre un caballo blanco una figura cubierta de negro como aquellos beduinos del desierto de África. Al ver que era un campamento militar el encapuchado huyo raudamente por el mismo camino por el que vino. Tras esa fugaz visión volví a la carpa-hospital a ver en que estado se encontraba mi asilada. Entre a la carpa y ella estaba recostada en una camilla. Me acerque a ella y la interrogue por su nombre, de donde venia y porque la perseguía aquel misterioso personaje. Se llamaba Isidore Christin d’Arc, lo que me resulto muy curioso y familiar, ya que concia a la familia d’Arc, mas su rostro no me parecía conocido pero si muy familiar su nombre. Quizás la había conocido en alguna tertulia de los d’Arc. Me contó también que su familia se había trasladado a Paris tiempo antes que estallara la revolución, pero el pueblo se alzo contra los nobles y sus sirvientes, una familia que los había servido durante generaciones, los había traicionado, asesinado y robado. Por suerte, durante esos incidentes, Isidore había estado en la mansión de Aurbón y salvo de ser asesinada. Pero los traidores sirvientes contrataron un sicario moro para asesinarla. Por suerte pudo escapar del sicario al ir este a buscarla a la mansión y cabalgo Isidore durante toda la noche hasta que se topo conmigo. Nuestra conversación termino allí y la deje dormir. Al día siguiente decidimos ir hasta su antigua mansión para restituírsela. Técnicamente yo debería ser un ente neutral en este conflicto, por un lado proteger la integridad de Isidore y sus pertenencias y por el otro acoger (por obligación de la Convención) las peticiones y reinvidicaciones del pueblo. Pues, como precaución, me arme con un par de pistolas y partimos hacia la mansión de los d’Arc.

Llegamos al atardecer a la mansión. Esta se veía fría y oscura, parecía como si la hubieran abandonado hace mucho. Entramos y cual no seria nuestra sorpresa al encontrar los amplios salones vacíos. Habían saqueado y robado todo, hasta los muebles. Mientras recorríamos las que habían sido las habitaciones, Isidore me relataba como había sido cada habitación y quien dormía en ella. De pronto en las afueras se escucharon varios ruidos y voces. Isidore se asusto bastante porque podría ser el sicario. Le pedí que se escondiera y salí a la puerta principal a ver quien era. Empuñando una pistola cruce los vacíos salones hasta la puerta. Cual no seria mi sorpresa al ver a una familia completa grotestacamente vestida y maquillada como si fueran nobles. Supuse inmediatamente que aquellas ropas y maquillajes fueron robados de la mansión de los malogrados d’Arc. Al verme se acercaron a mí y se adelanto una joven mujer. Esta me reconoció y me pregunto que hacia en la mansión. Con estupor reconocí a esa mujer, era la hija del mayordomo de la mansión. Y comprendí de inmediato: al tener noticias de lo ocurrido en Paris y específicamente con la familia d’Arc y después con la huida de Isidore inmediatamente sometieron a pillaje la mansión. Le respondí que había salido a reconocer la mansión antes los eventos de Paris, pero por lo visto había llegado tarde. Pero la mujer me relato que me habían visto llegar con Isidore Christin d’ Arc y que les dijera donde estaba. Me negué rotundamente a contestar y agregue que me escudaba en mi neutralidad como todo miembro del ejército ante ese conflicto. Enfurecida, la mujer entro con su familia a la mansión a buscar a Isidore. Mi angustia creció al no saber el paradero de Isidore. Después de incontable tiempo salieron enfurecidos los sirvientes al no encontrarla. Me pidieron disculpas y se fueron. Pero al irse note con espanto que aquella joven y rubia mujer que me enfrento llevaba el vestido que vistiera Isidore. Iba a salir tras ella a hacer justicia cuando oigo mi nombre. Al buscar note que era Isidore que me llamaba desde una cornisa sobre la puerta principal. Escale y llegue arriba pero casi caigo de la impresión. Sentada en la esa cornisa estaba Isidore completamente desnuda. Me senté absorto frente a ella, no podía apartar mi mirada de ese bello cuerpo y de la enigmática sonrisa que ella tenia. De pronto se acerco a mí y me beso. Respondí ardientemente a ese beso y de súbito recordé que Isidore Christin d’Arc había sido mi amante hace años. Por alguna extraña razón mi mente había bloqueado ese recuerdo pero la visión de ese cuerpo, ese aroma de su piel y aquella forma de besar me hicieron recordar de golpe ese amor. No salía de mi estupor cuando escuchamos muchas voces y ruidos. Aquella familia de infelices sirvientes regresaba a la mansión y venían esta ves armados. Al entrar a la mansión aquel grupo, Isidore me tomo de la mano y me llevo por el exterior hacia las habitaciones de los sirvientes. Entramos a esa ala y con sorpresa vimos una luz. Al acércanos más note al viejo mayordomo sentado leyendo frente a una vela. Su cara reflejaba una gran preocupación y estaba definitivamente absorto en lo que leía, que supongo era algún diario de Paris. Isidore me señalo una habitación y silenciosamente cruzamos frente al viejo mayordomo sin que este nos notara. Entramos a la habitación y aseguramos la puerta. En aquella habitación solo habían unas cuantas velas y una humilde cama. Sobre ella se acostó Isidore y me invito junto a ella. Ante la imagen de ese cuerpo desnudo bañado por la luz dorada de las velas no pude resistirme y yací junto a ella. El amor que sentí y siento por ella es el amor más sublime que haya sentido. No es un amor que me inflama y que reduce a cenizas, ni un amor frió y calculado. Es un amor tan sutil como el perfume de una flor, tan maravilloso como al hacer el amor aquella noche. Es un amor pacifico, reconciliador, un amor sonriente. Y así hicimos el amor y aquella noche probé un trozo del cielo estrellado. Y tras el clímax caí dormido en sus brazos de amor…

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